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Afiche (uno de miles) de la marcha del 14 de noviembre

Perú 2020: ¿Quiebre y refundación?

Cambiemos de raíz, para construir un mejor país

Publicado: 2020-11-15

¿Con qué claves hemos de entender lo que viene sucediendo en el Perú en esta semana? ¿Quiénes debieran protagonizar los imprescindibles cambios de los debemos hacernos cargo y de inmediato? ¿Qué posibilidades se abren de aquí en adelante?

Las preguntas son difíciles y no podrán responderse a satisfacción completa, pero es un deber formularlas y hacer un esfuerzo cotidiano por avanzar colectivamente, reflexivamente, responsablemente, generando alternativas y propuestas mientras vamos leyendo el complejo escenario en el que debemos recomponer nuestro país. Aquí algunos apuntes para la discusión.

Las claves de lectura

En solo siete días hemos asistido al quiebre del régimen político instaurado el año 2000, después de la caída del Fujimorismo. Hay que decir con claridad que no es simplemente una crisis, es el quiebre de un orden político cuyo declive ha sido permanente, hasta llegar a la lumpenización de la política electoral, el quiebre constitucional y finalmente una situación de anarquía y vacío de poder en el que aun nos encontramos, hoy domingo 15 de noviembre. El resultado atroz de esta decadencia de dos décadas, acelerada a niveles insostenibles después de las elecciones del 2016, ha sido la toma por asalto del poder por una alianza mafiosa forjada en el Congreso, con la complicidad de los oligopolios mediáticos y el poder empresarial, y la anuencia de instituciones de resguardo del orden político como el Tribunal Constitucional, cuyo silencio permitió en la práctica el uso de recursos legales y medios institucionales para perpetrar un golpe de Estado en medio de una atroz crisis económica y social desatada por la pandemia de la COVID-19. 

El orden político instituido el 2000, apuntalado por grupos de interés participantes en el Acuerdo Nacional –que ya entonces no eran representativos de las demandas populares que durante años se movilizaron contra el régimen de Fujimori—dejó intacta la Constitución de 1993, intacto el modelo económico neoliberal, intacta la tecnocracia que impuso las reformas económicas y legales que han consolidado la privatización del Estado en estos años, intacto el sistema electoral y el colapsado sistema de partidos que ha dado fruto a un mercado libre de emprendimientos electorales, e intactas las redes mafiosas enquistadas en diversas instituciones estatales.

Durante 20 años nuestras elecciones han sido pantomimas de democracia: sin verdaderos partidos, sin posibilidad real de alternancia, y con procesos cada vez menos competitivos y más opacos favoreciendo a las mafias con mayor capacidad de pago e influencia. Cuatro –y quizás cinco—presidentes de la República con gravísimas acusaciones por corrupción, gobernando siempre en la misma dirección a pesar del cambio de franquicia electoral, son evidencia clarísima de esto. Cinco congresos concentrados en negociar intereses particulares de todo tipo descaradamente y sin posibilidad de contención no dejan lugar a duda.

Y no hubo capacidad de contener y menos aun de redirigir esta tendencia auto-destructiva desde el interior del sistema político: no funcionó la división de poderes (el episodio de la debacle con el enfrentamiento entre Congreso y Poder Ejecutivo lo confirma) y no pudieron emerger grupos políticos que ofrecieran una renovación, o al menos un contrapeso, a la dinámica de lucha desatada por el poder a la que hemos asistido.

Lo único que funcionó para evitar el triunfo de lo que se identificaba como “el mal mayor” en sucesivos procesos electorales fue la movilización masiva en las calles, liderada por jóvenes organizados en colectivos de resistencia que no articularon proyectos políticos. Un poder de veto popular impidió al fujimorismo regresar a la cabeza del gobierno y del Estado, pero no pudo impedir su captura de otras instituciones importantes, ni –y esto es en realidad más grave—la multiplicación y expansión en el sistema político de sus sentidos comunes lumpenescos.

Les protagonistas

En esta semana para la historia hemos visto emerger y declararse en insurgencia, como si fuera de la nada, multitudes indignadas, dispuestas a jugárselo todo, en el país entero. Las protestas lideradas por valientes jóvenes agrupados en colectivos espontáneos y también pre-existentes han cruzado sectores sociales y económicos, sin responder a banderas ideológicas. En pocos días y en plena pandemia lograron que se multiplicaran geométricamente las expresiones de rechazo al gobierno usurpador de Manuel Merino, sumando incluso a quienes observaban con desconfianza a veces cínica las primeras protestas callejeras, los cacerolazos convocados para las 8 de cada noche, las proyecciones de imágenes una vez que el toque de queda obligaba a dejar las calles, o los hashtags y memes que incendiaban la esfera pública virtual. ¿Cuánta gente giró en 90 o 180 grados incluso en el curso de unos pocos días y pasó del distanciamiento político a integrar la marea de la sociedad politizada que emergió inconteniblemente el 12 de noviembre y con mucha más fuerza aun el trágico 14 de noviembre? No importarán las cifras para esto. Sabemos, porque lo hemos experimentado, porque lo hemos sentido al integrarnos también, que asistimos a la extraordinaria materialización de una comunidad que cada vez nos era más difícil imaginar como tal. Esa comunidad se miraba de nuevo a los ojos, se acompañaba solidariamente en las calles, se escuchaba a sí misma en la producción de sonidos y palabras, y se expresaba también en la creación y reformulación de sentidos que no partían de un programa o un plan y tampoco tenían una dirección nítida, es verdad. Un colectivo anónimo y vital, palpable, se materializó con inusitada rapidez sin por eso fundirse en una masa que pudiera ser representada por un solo rostro, una sola voz, una sola agenda. La fuerza de esta expresión de soberanía popular reside por ahora en su capacidad de sumar pluralmente a quienes apuesten por rescatar el país de las garras de las mafias que lograron secuestrarlo hace unos pocos días. Sin embargo, sabemos también que vamos a necesitar más que el entusiasmo, la indignación y la espontaneidad para refundar el país.

Las posibilidades

Sí, refundar el país es la meta imprescindible que debemos plantearnos. ¿Es posible? Sí, y precisamente porque asistimos al quiebre del orden político que ha malfuncionado en los últimos 20 años. La crisis constitucional en la que nos encontramos nos obliga a proyectarnos al futuro, no al pasado, y convenir en soluciones que impidan, ahora sí, que las mafias y los intereses corporativos marquen el rumbo y el destino del país. Aprendamos de nuestro pasado reciente: el gran error del 2000 fue impulsar cambios cosméticos y reformas mínimas dejando intactas las estructuras institucionales que en 20 años han permitido otra vez el secuestro del país. No, los emprendimientos electorales que marcan el pulso del Congreso no deben liderar este proceso. Tampoco, los intereses corporativos que usan como megáfono a los medios de comunicación que integran sus oligopolios y que hacen y deshacen en el Estado a través de la tecnocracia.

¿Quiénes, entonces? ¿Cómo? ¿Hacia dónde? La idea de un proceso constituyente en el Perú ha sido más una consigna de líderes de izquierda, antes que una demanda popular. Y esta ha sido, hasta ahora, su principal debilidad. Un proceso de reinstitución del sistema político tiene que ser impulsado de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo. Tiene que abrir verdaderos espacios deliberativos y reflexivos en la sociedad, y aunque pueden y deben haber propuestas de diverso tipo, éstas tienen que ser debatidas, sopesadas, reconsideradas, eventualmente articuladas, y finalmente expresadas en un proceso formal que genere acuerdos sólidos de los que la sociedad pueda apropiarse.

Pero, ¿existen condiciones ahora para impulsar un proceso constituyente? Sí, ahora que se ha quebrado el orden político constitucional instituido en 1993 hay condiciones formales pero sobre todo, hay condiciones sociales. En los últimos días hemos visto emerger en la sociedad politizada el reclamo de rehacer las reglas de juego, de cambiar incluso de raíz y refundar el país. ¿Y con quienes? ¿Si no hay partidos, con quiénes? No hay partidos, es cierto, pero eso no significa que en el Perú no hay organización o capacidad para organizarse. En el Perú hay montones de organizaciones sociales y populares que por décadas ya articulan formas de incursión diversa en la política como mecanismos de resistencia y disputa con el Estado que los excluye o los aplasta. Las organizaciones de pueblos indígenas son quizás las más emblemáticas en este campo. Y existen también, aunque disminuidos, gremios de diverso tipo que luchan por derechos conculcados también hace décadas. Y hay asimismo organizaciones de la sociedad civil –universidades, ONGs, asociaciones sin fines de lucro—que podrían y deberían involucrarse a conciencia en un proceso como este. Y hay colectivos y colectivas que hace tiempo impulsan no sólo la lucha por el reconocimiento de derechos fundamentales, sino también iniciativas transformadoras de la sociedad.

Así pues, aunque en lo inmediato hay que resolver el peligro del vacío de poder designando un gobierno de transición que garantice un proceso electoral transparente a la brevedad posible, también es imprescindible poner en el centro de la reflexión y el debate el impulso de un proceso social que piense, delibere, articule, cambie y reinstituya las estructuras políticas y económicas que organizan nuestra sociedad.

Eso sí sería apostar por la construcción de un mejor país.





Escrito por

Carmen Ilizarbe

Me gusta pensar en las intersecciones que hay entre política y cultura, y sus muchas ramificaciones.


Publicado en

Por las ramas

Un blog de Carmen Ilizarbe