El significado de la marcha del 5 de abril del 2016
La marcha organizada en Lima el cinco de abril para protestar contra la candidatura de Keiko Fujimori fue multitudinaria, pacífica, diversa, estentórea y contundente en el mensaje: KEIKO NO VA. Ha sido un reclamo ciudadano histórico replicado también en decenas de ciudades en el Perú y el extranjero y con un rebote internacional notable. La marcha no apoyaba ninguna candidatura ni suscribía a ninguna ideología; su mensaje más afirmativo fue el de la defensa de la democracia.
¿Cómo entender el significado y la importancia de esta histórica protesta que convocó a varias decenas de miles de personas –los cálculos oscilan entre 50,000 y 100,000- que recorrieron por varias horas las calles del centro de Lima e inundaron la Plaza San Martín y sus alrededores?
En primer lugar, la marcha materializó con contundencia el masivo antifujimorismo que hay en el país, en respuesta al favoritismo del que goza en los escenarios institucional y mediático. El lema “ahora que digan que somos minoría” expresaba nítidamente la conciencia de haberse constituido en una fuerza por derecho propio, y también una crítica al no reconocimiento de esta fuerza en medios.
Por su parte, el lema “Jurado Nacional, vergüenza nacional” expresaba la indignación con la parcializada actuación de las instituciones electorales.
Pero la crítica de fondo iba dirigida a Keiko Fujimori. El mensaje era claro: no hay diferencia sustancial entre el fujimorismo de ayer y el fujimorismo de hoy.
Los lemas, pancartas, performances, cantos, consignas, banderolas y dibujos eran ejercicios de memoria pública que visibilizaban los crímenes y actores principales del fujimorismo de los noventa, pero también llamaban la atención sobre las cuentas pendientes de Keiko Fujimori con la justicia.
Una mención especial merecen las alusiones a las grandes cantidades de dinero que ha utilizado la candidata en esta campaña, así como a los orígenes de una fortuna personal y familiar sobre las que se niega a rendir cuentas.
Y uno de los reclamos principales ha sido el de las esterilizaciones forzadas, un crimen reconocido como tal muchos años después gracias a organizaciones feministas que asumieron el reto de persistir en la defensa de los derechos de cientos de miles de mujeres, frente al Estado peruano e instancias internacionales. Esa lucha contra una forma sistemática de violación de los derechos humanos, llevada a cabo por el fujimorismo en tiempos de posguerra y de recuperación económica, ha sido adoptada por colectivos de jóvenes mujeres que se identifican abiertamente con las cientos de miles de mujeres violentadas.
“Somos las hijas de las campesinas que no pudiste esterilizar” gritan una y otra vez mientras levantan sus faldas para revelar en una potente performance el horror y la violencia perpetrados por años en los cuerpos de mujeres predominantemente indígenas. Gritan también “no somos una, no somos dos, somos 2074 a una sola voz” e insisten en apoyar el proceso de judicialización que Keiko Fujimori ha tratado de minimizar durante su campaña.
Así lo gritaron en Iquitos.
Y en Abancay.
Y en Buenos Aires, y varias otras ciudades del exterior. La campaña se ha extendido por el Perú y va dando la vuelta al mundo.
El mensaje entonces ha sido claro y unificado: KEIKO NO VA.
Y ha sido contundente.
Pero los protagonistas de la protesta no han dejado de ser un conjunto plural que no puede resumirse ni promediarse. Precisamente en contra de la idea del “votante promedio”, la multitud se ha expresado como un sujeto polifónico, articulado desde la conciencia de la necesidad de actuar concertadamente, y también a través de un conjunto de emociones que incluyeron la alegría, la esperanza, la indignación y la rabia expresadas en los cantos, los bailes, los saltos, los gritos, la caminata colectiva de horas, los lemas, las pancartas, los muñecones y banderolas con los que participaron colectivos, familias, jóvenes, adultos, ancianos, organizaciones de la sociedad civil e individuos que simplemente se unían a la gran movilización. Muy en línea con la lectura pos-hegemónica de Jon Beasley-Murray, la multitud se constituyó como un sujeto abierto, contiguo, comunal y continuo; no como un pueblo organizado o una masa indiferenciada.
La calle no es por eso un actor, la calle es más bien un momento, una expresión de poder colectivo que se afirma visibilizándose y haciéndose escuchar, afirmando una voluntad de lucha que no sabemos si podrá sostenerse. Por ahora, ha sido categórica.
* Este post concluye una reflexión sobre la política de la calle en el proceso electoral peruano del 2016, desarrollada en tres partes. La primera parte puede leerse aquí, y la segunda aquí.
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Me gusta pensar en las intersecciones que hay entre política y cultura, y sus muchas ramificaciones.
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Un blog de Carmen Ilizarbe